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Como llamar la suerte

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como llamar la suerte
como llamar la suerte

¿Quién no ha deseado alguna vez ser el predilecto de ese elemento esquivo en la vida llamado Suerte.? 

En la suerte que todos anhelamos, la ocasión: “la causa desconocida de los acontecimientos”, no sujeta a cálculos es solamente  uno de los factores.

El otro somos nosotros mismos: nuestra reacción frente a la oportunidad.

En efecto podemos mejorar nuestra suerte preparándonos mejor para hacer frente a las ocasiones en la vida, a medida que se nos presenta.

Examinemos este ejemplo de buena suerte relatado por un labriego: en el mes de enero del año próximo pasado, un individuo llegó a nuestra casa y nos dijo que se le había atascado el automóvil en la nieve.

Inmediatamente mi hijo y yo salimos ayudarlo.

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Empezamos a conversar, y entre otras cosas nos dijo que era el gerente de un negocio nuevo en la ciudad vecina, y que abriría una sección de herramientas de labranza.

Esto nos vino como anillo al dedo.

En esos días mi hijo andaba tras un empleo y esa era precisamente su especialidad.

Todo salió a pedir de boca. Empezó a trabajar de vendedor y actualmente es el gerente de esa sección.

¿Es este un caso común?  Quizás.

Pero de suerte sin lugar a dudas una simple observación o un comienzo o un comentario cualquiera dicho inesperadamente puede asociarse con los otra persona y el resultado ser una excelente oportunidad.

Esta anécdota nos ilustra el primer paso en busca de la suerte: debemos primeramente exponernos a ella.

Esto significa a su vez exponernos a los demás.

Entre nosotros y que hayamos con nuestro camino, la vocación tiene un hilo invisible, una línea de suerte.

Cuantas más líneas de suerte tengamos, tanto mayor será la suerte que encontremos.

Para ponernos en condiciones de establecer contacto con otras personas, una cualidad que tiene casi un mágico poder es el entusiasmo.

Bertrand Russell ha definido esta cualidad como el signo más universal y preciso de los hombres afortunados.

Winston Churchill,  uno de los hombres más entusiastas de nuestros tiempos, siendo aún muy joven se distinguió como corresponsal en la guerra de las Boers.

La mayoría de los colegas eran hombres de más edad y demás experiencias.

Comentaban sus continuas primicias periodísticas con cinismo, refiriéndose a él como ese demonio afortunado de Churchill.

Y en verdad lo era.

Lo que no percibía era el grado en que la suerte era atraída por su incomparable espíritu de hombre inquieto observador.

Un día mientras Churchill y otros corresponsales pasaban a caballo frente a unas columnas de taciturnos prisioneros bóers, vio que uno de ellos se acaba a una venta el brazo izquierdo con singular destreza solamente con la mano derecha.

Al instante Churchill le preguntó dónde había aprendido esa treta.

El herido resultó ser un hábil prestidigitador profesional.

Picado de la curiosidad, Churchill apeó el caballo echo andar con el desconocido y  averiguo todo lo que pudo de su vida y milagros.

Días después oyó el comandante inglés se hallaba un tanto preocupado por el decaimiento moral de sus tropas.

Súbitamente Churchill tuvo una idea: dar una función de “prestidigitación” con un experto profesional.

Comprometido a presentar un Prestidigitador en tan lejano lugar, no tuvo dificultad en hacerlo.

Se hizo la demostración con todo éxito, las tropas reaccionaron admirablemente, y el general, para demostrar su agradecimiento a Churchill, le dio una importante primicia periodística.

La suerte del Nobel corresponsal hizo que sus colegas acusaran al General de favoritismo.

Sin embargo lo que hubo en el fondo no fue más que una manifestación de ese entusiasmo típicamente “churchilliano”, una oportunidad casual, y la inmediata reacción para sacar partido de un de un simple informe fortuito.

Nuestras vidas están preñadas de situaciones similares que demandan oportunas y rápidas decisiones.

Cada uno de ellas puede ser el punto de partida decisivo de nuestra fortuna.

La prontitud en reaccionar ante estos azares de la suerte puede pagarnos inesperados dividendos.

El difunto Henry P. Davidson, uno de los socios de la firma J.p. Morgan y CO., comenzó su carrera comercial como pagador en un banco y con perspectivas de ascender.

Un día desconocido acercándose a su ventanilla, le pasaron un cheque que el joven Davidson examinó con asombro.

El cheque decía páguese a la orden del portador la suma de $5000 dólares…  firmado:  Dios todo poderoso.

A levantar la vista se encontró con el cañón de revólver y un par de ojos fulgurantes de locura.

Comprendió en el momento que la menor equivocación podía costarle la vida y acaso también la de otros.

Dar la señal de alarma a los guardias del banco era demasiado arriesgado, pues en aquellos días no existían las alarmas eléctricas.

Vaciló solamente un instante.

Luego en tono amable conversacional, le pregunto: y ¿como quiere el dinero?, ¿en billetes de 100?, el hombre apenas citó un sí, sin quitarle los ojos de encima, Davidson echó mano a un fajo de billetes y le dijo esto:  Sí qué es un privilegio poco común.

Y alzando algo más la voz agregó: hacer efectivo un cheque firmado por el todo poderoso, y por $5000 dólares.

Tal como lo había previsto,  el pagador de la próxima ventanilla oyó sus palabras, y haciéndose cargo de la situación, informó disimuladamente a los guardas.

Éstos acercándose a el loco lo desarmaron y lo condujeron a la calle.

Por primera vez las autoridades del banco advirtieron en Davidson un empleado de condiciones poco comunes, y pronto lo ascendieron.

Después solía decir Davison, que si no hubiera sido por aquel loco, habría tardado muchos años en ascender.

Igual prontitud y presencia de ánimo hizo que Francis L Wellman, destacado abogado Neoyorquino convirtiera un contratiempo en buena suerte.

Presentaba un complicado alegato ante un juez bastante torpe, que no entendiendo enmarañado asunto, resolvió sin más trámites negar a Wellman el recurso que pedía interponer.

Este indignado se levantó de su asiento para protestar, pero el juez le mandó callar.

Cabizbajo, se sento…  mejor dicho trató de sentarse.

Mientras hablaba alguien había movido su silla.

Rodó por el suelo haciendo reír a todos los presentes, incluso el juez.

 Wellman se levantó y echó a reír con los demás.

Luego aprovechando la interrupción dijo: señor juez acabo de ver el pleito desde otro punto de vista.

Me permite exponerlo?, el juez de buen humor e impregnado por la presencia de ánimo de Wellman, le permitió que hablara.

El resultado no pudo ser más feliz.

El juez cambio de actitud, admitió el recurso, y Wellman ganó el pleito.

Es una buena idea de estar siempre listos para reconocer la suerte cuando llega!.

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